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El
amor en nuestros días
Hoy,
en este año 2005, que nos encuentra unidos para algunos temas y disgregados
para otros, es un tiempo en donde los jóvenes se encuentran con ciertos
mensajes contradictorios que los adultos les envían y, que muchas veces, no
saben decodificarlos, o bien, tratan de tomar lo que más les conviene para su
bienestar pasajero.
Por un lado, se habla que el joven debe trabajar y ser dinámico, pero para que deje de molestar, se lo inserta durante horas detrás de un televisor o una computadora. Se dice que los adolescentes deben llevar una vida sana, y son los mismos adultos los que les proveen el dinero para que se los gasten en vicios, siendo los mismos adultos los que los venden: cigarrillos, alcohol, drogas.
Pero
hay algo mucho más grave (si se puede) que todo esto. Es la imagen del amor
que la sociedad le tiene reservado a nuestros niños y jóvenes. Por un lado,
nos rasgamos las vestiduras profesando la importancia del matrimonio, pero, a
la par se hace un culto a la infidelidad, donde hasta parece natural que el
hombre se dé un "descanso" con otra mujer que no es su esposa; o
bien los continuos divorcios, que llevan a una alarmante cadena de vínculos
familiares confusos, donde muchas veces dos desconocidos pueden llegar a ser
hermanos.
Prodigamos,
en muchos casos, la hermosa obra que realizó la Madre Teresa de Calcuta,
donde nos derretimos en elogios y horas de filosofías sobre el tema, pero
cuando un carenciado toca nuestra puerta para solicitar nuestra ayuda, no
hacemos otra cosa (si estamos de ánimo) que entregarle un pedazo de pan que
desechamos o alguna moneda que anda dando vueltas en nuestros bolsillos.
En
charlas de bar, elaboramos propósitos tan altruistas que nos tendrían que
llevar a ser nominados al Novel de la Paz, pero que a la primera opinión en
disonancia con la nuestra, nos levantamos gritando y dando un portazo.
¿De
qué amor le estamos hablando a nuestros jóvenes, si somos capaces de
organizar guerras por conflictos que ya ni nos acordamos; somos capaces de
quitarles a nuestros abuelos jubilados, la alegría de pasar sus últimos días
con dignidad, enviándolos a geriátricos por que molestan o por desviar los
fondos de sus jubilaciones para pagar lujos casi siempre superfluos; somos
capaces de juzgar a todos como ineptos y corruptos y echarle la culpa de todas
las desgracias de nuestro país a los gobernantes, pero a la vez somos los
mismos que pagamos una coima para que no nos hagan una infracción por pasar
un semáforo en rojo, o estamos atentos a las corridas cambiarias; o si hay
algún remate donde conozca algún martillero amigo, que me
"consiga" algo por bajo precio?.
Podría
continuar enumerando muchísimas contradicciones a las que sometemos a los jóvenes
de nuestro tiempo. Debemos dejar de ser hipócritas y mirarnos adentro,
observar cada una de nuestras acciones y tratar de corregirlas para nuestro
bien, y para ejemplo de los más chicos, si es que queremos llegar a tener una
sociedad justa.
Tenemos
que hacer carne el amor y lograr amar. No debemos olvidarnos que "lo más
grande de todo es el amor" y con amor, conquistaremos esas almas que
sufren día a día, esas personitas que a diario son juzgadas, pero no
comprendidas, que a menudo se sienten solas y desamparadas en este mundo de
adultos. Con amor, haremos que el futuro del mundo sea mucho mejor.
Para
terminar, me permito citar un pasaje que se denomina "La preeminencia del
amor", en esta hermosa definición:
Aunque yo hablara todos los idiomas, si no tengo amor, soy simplemente como una campana que no resuena.
Aunque tuviera el don de la profecía, conociera todos los misterios y todas las ciencias, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de mover montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Aunque repartiera todos mis bienes a los necesitados y entregara mi cuerpo al dolor, si no tengo amor, no me sirve para nada.
El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá, porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas.
Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto.
Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño.
Ahora veo como en un espejo, confusamente, después veré cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente, después conoceré como Dios me conoce a mí.
Aprendí a tener fe, a tener esperanza, a tener amor; pero con el paso del tiempo, me di cuenta que de esas tres cosas, la más grande de todas, es el amor. (1ª Cor 13, 1-13)
¿No les parece?
AM
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