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La ciudad que dejó de ser feliz







Por Pablo Sirvén   *
 
Al contrario de Donald Trump, Fernanda Raverta, actual titular de la ANSES, reconoció muy rápido el triunfo de su principal competidor, Guillermo Montenegro, de Juntos por el Cambio, como nuevo intendente de la ciudad de Mar del Plata, a pesar de haber perdido por apenas 9712 votos, en 2019.
 
Para los deseos hegemónicos del cuarto gobierno kirchnerista que la ciudad de Buenos Aires, La Plata y Mar del Plata estén en manos de la coalición opositora (PRO, UCR y CC) es algo que nunca terminarán de digerir y hacen planes permanentes para revertir ese cuadro de situación. Se suma la bronca evidente que les produce la notoriedad estacional que, asimismo, adquiere Pinamar (también gobernada por Juntos por el Cambio) que atraviesa, en plena pandemia, una temporada más que pasable en la cabecera de ese distrito y excelente en Cariló.
 
La camporista Raverta, buena perdedora pero no tonta, ya lanzó con perfil muy bajo un esbozo de campaña para que en 2023 se le dé lo que no pudo lograr en la última elección en su terruño marítimo. El ultrakirchnerismo sueña con convertir a la que en algún momento fue orgullosa “Perla del Atlántico”, en una suerte de informal capital provincial veraniega, donde se sientan otra vez locales como para volver a armar relatos épicos al estilo de la “recuperación” de la fragata Libertad, en el verano de 2013, tras haber estado retenida más de dos meses en Ghana, cuando el país atravesaba un persistente default.

 
Mar del Plata sufre las consecuencias de un verano atípico y mustio por culpa de la pandemia.

Sorprendió al periodismo marplatense que para un anuncio tan trascendental como la construcción de un nuevo espigón en el puerto, que implicará una inversión del orden de los veinte millones de dólares, con la presencia en la ciudad balnearia del ministro de Economía, Martín Guzmán, y la mencionada Raverta, no fueran convocados a cubrir los medios locales y solo lo hicieran trascender por redes sociales y gacetillas de los organismos involucrados. A algunos observadores locales les resulta bastante forzado vincular a la ANSES con esa ambiciosa obra, pero no tanto que Raverta se involucrara en el asunto. Si todo sale bien se habrá anotado un poroto para intentar suceder a Montenegro.
 
De cómo tramiten la pandemia, minimizando sus consecuencias sanitarias, sociales y económicas, dependerá mucho la suerte de las autoridades nacionales, provinciales y municipales de cualquier color ideológico en las elecciones de este año y en las cruciales de 2023. Mar del Plata no es la excepción y, por el momento, el panorama no resulta muy alentador para Montenegro, que debe administrar un presente lastimoso. Con la ciudad cerrada en la mayor parte de 2020 por culpa del coronavirus, los distintos rubros económicos llegaron maltrechos a una temporada que funciona a media máquina, con dos grandes ausentes masivos: el turismo sindical y los adultos mayores que ralean hoteles y establecimientos gastronómicos. Las muy concurridas fiestas electrónicas de los últimos veranos, que le valieron a Mar del Plata, recuperar al público joven y hasta figurar en el calendario mundial de este tipo de eventos, tampoco tienen lugar por razones obvias y esa franja generacional no sabe qué hacer cuando a la una de la madrugada cierran todos los bares.
 
El adelantamiento porteño del comienzo de las clases pone un interrogante extra sobre un febrero al que todos temen y con razón tras un enero lánguido que apenas viene repuntando un poco con la llegada de la segunda quincena, que históricamente suele marcar el récord de visitantes. Pero esta vez el récord fue la desocupación en medio del gran parate del invierno 2020 que trepó hasta un 26%, casi dos puntos más que el que sufrieron en la crisis de 2001, reducido con el reinicio de actividades a un, de todos modos, preocupante y aún muy alto 13%.
 
El teatro, otro rubro que dinamiza la noche marplatense en temporada, con un escasísimo aforo del 30% (que aún así tampoco llega a cubrir por la baja asistencia) implica que, por primera vez, Carlos Paz (con un aforo del 50%) encabece insólitamente las recaudaciones nacionales, seguido por Buenos Aires y mucho más atrás por Mar del Plata que siempre lideraba en esta época del año. Muy lejos de las 400.000 entradas que se vendieron en esa plaza el verano pasado, se estima que cuando la actual temporada toque a su fin solo se habrán registrado unos 25.000 espectadores, según el cálculo del infalible sismógrafo en la materia, Carlos Rottemberg, que predice con total precisión las subas y bajas de la taquilla, alejadas para siempre de aquel récord colosal de la temporada 1987, en la que se vendieron 760.000 entradas.
 
El empresario, dueño en la ciudad balnearia de seis salas, abrió solo una, más que nada a manera de aguante testimonial y a pura pérdida. La noche bulliciosa del centro marplatense mutó a tristona esta temporada con marquesinas apagadas y peatonales sin multitudes. En tanto que las segundas marcas teatrales de la calle Rivadavia apelan al regateo adaptando el devaluado precio de sus entradas al que puedan pagar los transeúntes de esa arteria con tal de sumar así más espectadores a sus obras.
 
Por Pablo Sirvén
D, 24/01/2021
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